Besos risueños le daban mis pies a la hierba húmeda por el rocío.
El nexo que nos une es transparente, pero doloroso, y aunque quiero llorar, río.
Muero y renazco en tus brazos tibios.
Tus manos —mi hogar— me hablan de su paz, pero en vez de haber respuesta, hay un silencio sepulcral.
Fuiste tú la chispa que iluminó mi cueva muerta.
Encandilado, gateé hasta ti, y pude ver la verdad, pero no pude tenerla.
Frustrado me siento por no entender tu lenguaje.
Lentamente me he ido convirtiendo en un ser deleznable.
¿De qué me sirven mis piernas si no puedo correr fuera de este sitio?
¿De qué me sirven mis alas si no puedo volar lejos contigo?
Ensimismado, absorto en mi propio mundo marchito, grito, pero ya que estoy disfónico, no produzco ningún sonido.
Trato de trazar un plan para escapar del infierno, mi lápiz cae de mi mano y exhausto caigo sobre el suelo.
Sólo tú escuchas mis alaridos trémulos en tu tranquilo trono.
De mis lágrimas me despojo, para ver si muero ahogado entre ellas. Me reduzco a escombros.
El suplicio estruja mi alma podrida, perdida entre pensamientos vagos, pensé que ahí había acabado, sin vida pero respirando. Sin embargo, mi alma aún alberga esperanzas chicas.
Volverás a este sitio en penumbra, despertándome de mi sueño gris de una sacudida.
Tu mano llena de luz, me guiará hasta el camino.
Mientras me levante sentiré mi cuerpo entumecido.
Podré ver la luz fuera de esta cueva negra, renaceré sobre la verde hierba, que me dirá secretos cuando me acueste sobre ella.
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